
Los beneficios también permean a las empresas que pueden hacer un mejor aprovechamiento del espacio físico de sus oficinas, disminuir costos de servicios públicos como electricidad y agua y, por supuesto, contar con personas más felices, lo que se refleja en la productividad y alcance de objetivos.
Y el tercer beneficiado somos todos, sí, porque disminuye la congestión vial, se reduce el consumo de combustibles, lo que se traduce en menos contaminación y además, con el home office se ofrecen más posibilidades de inclusión laboral para grupos vulnerables, entre otros.
Este nuevo esquema implica ajustes en el liderazgo de los equipos. En esta “nueva normalidad”, los líderes debemos ser personas hábiles para trabajar por objetivos y permitir que nuestros equipos se desarrollen bajo ese esquema. Una jefatura desconfiada, que sólo se siente segura sabiendo cada movimiento de sus colaboradores, aún cuando las tareas que les delega se encuentran al día, no promueve una dinámica de crecimiento nunca y mucho menos cuando se está en home office en medio de una crisis sanitaria mundial. Hay que asignar objetivos, fechas de entrega y permitir que la persona ajuste su horario para cumplir con ellos.
También es importante mantener los encuentros uno a uno de forma virtual, pero no sólo para abordar temas de trabajo sino también para permitir conversaciones que se tenían antes, laborando todos en un mismo lugar y hacia un mismo objetivo.
Poco a poco, algunas oficinas se irán llenando de gente por etapas; mientras tanto, tenemos que aprovechar las ventajas tecnológicas que nos permiten seguir trabajando en equipo pero a la distancia, y promover una cultura organizacional que fomente el crecimiento de todos los individuos, no sólo como profesionales, sino también como seres humanos.